La pérdida de poder adquisitivo de los docentes en Canarias es como el cuento de nunca acabar. Pasan los años y nadie hace nada por remediarla. Ese goteo constante se refleja dramáticamente en datos como que desde 2022 la pérdida es del 5,8%, pero si nos vamos más atrás, concretamente al año 2010, esa pérdida aumenta a una vergonzosa cifra de más del 11%.
A ello hay que sumar otros hachazos como la pérdida del 5% del sueldo en 2010 o la congelación de nuestros sueldos durante los 5 años siguientes. Si sumamos todas estas variables, la pérdida acumulada de poder adquisitivo desde 2010 arroja la increíble cifra de más de un 20%.
Todo ello, evidentemente, dibuja un panorama desalentador en la actualidad, pues ni siquiera el gobierno central se ha sentado con los sindicatos representativos a negociar una subida salarial para este año 2025 y sucesivos.
Todo lo anterior es referido a lo que correspondería al gobierno central, pero en la administración educativa autonómica tampoco se quedan atrás, pues siguen haciendo caso omiso a las demandas constantes de todos los sindicatos para que se actualicen los importes de los sexenios, invariables desde su implantación en 2018, así como de la subida de las pagas extraordinarias hasta alcanzar el 100% del sueldo.
Obviamente, hay una situación de absoluto maltrato por parte de ambas administraciones, la central y la autonómica, lo que refleja el escaso o nulo interés que el sueldo de sus trabajadores tiene para los responsables de ambas. Es esa pérdida de poder adquisitivo un elemento central que se suma a la desmotivación del profesorado por otros problemas denunciados hasta la saciedad como la insoportable carga burocrática, la pérdida de prestigio y autoridad social de la profesión docente, la insuficiente inversión en educación y la insostenible situación de abuso de contratación y fraude de ley del profesorado interino.
Si metemos todos esos ingredientes en la coctelera y lo agitamos, el resultado es la situación actual de la educación, que está lejos de ser la que nuestros niños y niñas merecen, y por supuesto tampoco nuestra sociedad.